Situado en el centro del planeta, este país avanza al ritmo de sus pujantes industrias a la vez que honra su pasado precolombino y colonial
Ecuador es ancestral y contemporáneo, prehistórico y moderno. Su ubicación en la mitad del mundo lo abre a diversidad de climas: cuenta con las escarpadas montañas de los Andes, infinidad de ríos –es el país con más ríos por metro cuadrado en el mundo–, volcanes y gran cantidad de hectáreas protegidas bajo la figura de parques nacionales.
Ejemplo de ello es la cumbre del volcán Cotopaxi, cubierta casi permanentemente de nieve. Está apenas a 90 minutos de Quito, la capital. Además de su amplia fauna y variedad de flora, cuenta con unas ruinas de la Ciudadela de los Puruhaes, antiguos aborígenes.
Otro de los tesoros de Ecuador, cuyo frágil equilibrio preocupa a los científicos del mundo, son las Islas Galápagos, esas mismas en las que Charles Darwin definió su Teoría de la Evolución. Las especies endémicas parecen haber llegado en una máquina del tiempo de eras muy remotas. Estos lugares privilegiados del océano Pacífico están amparados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, además de ser santuario de ballenas, reserva de biosfera, reserva marina y parque nacional.
La Amazonía también se extiende por Ecuador. Está a los pies de la Cordillera Andina y ocupa prácticamente la mitad oriental del país. Aquí fluyen numerosos ríos, la mayoría caudalosos y navegables. Su ecosistema de bosque tropical lluvioso contiene una flora y fauna muy rica y compleja, propia de esta zona del planeta. En este territorio viven indígenas que han permanecido en estas intrincadas selvas desde antes de la llegada de los europeos a América.
Pero también hay costa para disfrutar. Manta, Caraquez, Atacames y muchas otras playas se abren al visitante con la alegría característica de los latinoamericanos costeños. La gastronomía con frutos del mar es un anzuelo para quienes gustan de días de sol y buena mesa. La excelente infraestructura turística y la exuberante belleza del litoral atrapan al visitante. Guayaquil, la segunda ciudad en importancia después de Quito, se encuentra muy cerca de la costa.
Quito, la bella. La ciudad de San Francisco de Quito, fundada en 1534, formaba parte del Virreinato de Perú y luego del Virreinato de Nueva Granada, y como territorio del reino español de ultramar fue bellamente construida. Tal fue el apogeo de sus artistas que allí surgió la Escuela Quiteña, que tuvo su esplendor en los siglos XVII y XVIII.
Tanto arte alberga esta capital que junto con Cracovia fue de las primeras ciudades declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Templos, conventos y monasterios se yerguen por toda la urbe que tanto de día como de noche –gracias a la iluminación de su arquitectura– extasían a quienes llegan por primera vez.
En la Plaza La Independencia –más conocida como Plaza Grande– convergen la Catedral, el Palacio Nacional, el Ayuntamiento y el Palacio Arzobispal, la típica distribución de las metrópolis españolas.
Otra de las joyas emblemáticas es la Iglesia de la Compañía de Jesús. Arquitectura, escultura y pinturas rinden honor a las bellas artes en este templo jesuita, a la que algunos califican como “la síntesis poética del barroco latinoamericano”. Con tal definición, merece una visita sosegada para la debida contemplación.
La Capilla de Cantuña, el Convento y la Iglesia de La Merced y el Convento de San Diego forman parte del legado artístico e histórico de los siglos posteriores a la Conquista. Todos quedan muy cerca de la Plaza Grande.
Entre los museos más importantes están el de San Francisco –uno de los museos religiosos más grandes de Iberoamérica–, el del Banco Central, el de Arte Colonial y el Museo de la Ciudad. Todos ellos guardan la historia desde antes de la llegada de los españoles hasta bien entrado el siglo XIX.
Y para contemplar a Quito, la bella, desde las alturas basta subir al cerro El Panecillo en teleférico. En la cima hay una escultura de la Virgen María y un mirador. También encontrará un parque de diversiones, tiendas y restaurantes.
Un tren muy especial. Hace un siglo paseaba un ferrocarril de costa a sierra. A su vera fueron surgiendo pueblos y la economía florecía en una tierra fértil. Pero como en muchos países, la era del ferrocarril quedó atrás, los pueblos se depauperaron y los trabajadores de trenes se quedaron sin empleo o fueron jubilados.
Las líneas férreas que atravesaban de norte a sur se quedaron un tiempo sin la locomotora, pero el impulso de los proyectos turísticos emprendidos por el gobierno en 2007, pusieron en marcha estas máquinas con más de una centuria de historia.
FUENTE: http://www.el-nacional.com
Tiempo estimado: 2 horas
Provincia Cotopaxi